domingo, 28 de diciembre de 2008

El fin del mundo (como lo conocíamos)



Se acaba el mundo. Se hundió The Wall en 1989, y ahora se hunde Wall Street, la historia es cíclica. La historia es una rueda que gira. Mis ruedas son de goma negra, y ahora lisas, y giran a unas 19000 rpm, y dicen que se acaba el mundo, qué hijos de puta.

Dicen que se acaba el mundo, y yo sigo sin volar, y siempre tuve un alerón delantero con dos planos, y ahora me tendré que tirar colina arriba [del Agua Roja] sin control [de tracción]. Sigo sin volar, me quedaré pegado al suelo, con una plancha de madera que saca chispas cada vez que le quito tres milímetros en la Variante della Roggia.

Qué cosas, se acaba el mundo, y yo sigo a la cola, en mitad del pelotón, y sin buscar la escapada [como Chente], y me dicen que el año que viene nos enchufamos con guantes de látex, y ya no me caben ochenta caballos más para debajo de la publicidad. Adelantarse a los acontecimientos, dicen que es eso. O adelantar[se], nada más.

Alguien ha hecho volar el dinero del alcohol, y del tabaco. Y yo, que ahora os escribo sin Johnny Walker y con Marlboro camuflado en rayas negras y rojas, me quedaré a cuadros cuando todo esto siga adelante, hinchado por burbujas de Santander, o de ING, que vienen a ser como las pompas de jabón del amigo Serrat. Que explotan bajo el cielo azul.

Esto va a explotar, o eso dicen. Las bujías NGK eran las que hacían antes ese trabajo, pero desde que dejaron sin trabajo a la mitad de la Magnetti Marelli por unificar las cosas, se me atraviesan los cigüeñales y los cambios sin fisuras han abierto brecha en esto de la velocidad. Me quedo con la garganta [y los oidos] retorcidos por el escape.

Es el fin del mundo tal y como lo conocemos, sálvese quién pueda.

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